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martes, 11 de mayo de 2021

DÍA DEL HIMNO NACIONAL ARGENTINO. 11 DE MAYO DE 1813

 

HIMNO NACIONAL ARGENTINO. VERSIÓN ORIGINAL

El 11 de mayo se celebra el Día del Himno Nacional Argentino. La Asamblea del año XIII sancionó como tal a la marcha patriótica, cuya letra fue escrita por Vicente López y Planes, y su música compuesta por Blas Parera. En 1860, Juan Pedro Esnaola realizó algunos cambios a la música basándose en anotaciones manuscritas del compositor.

El himno fue interpretado por primera vez el 14 de mayo de 1813 en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, quien lo entonó. Originalmente, fue denominado Marcha Patriótica, luego Canción Patriótica Nacional y, posteriormente, Canción Patriótica.

Una copia publicada en 1847 lo llamó “Himno Nacional Argentino”, nombre que conserva hasta la actualidad. La versión original del himno dura 20 minutos. En 1924, fue abreviado a entre 3 minutos 30 segundos y 3 minutos 53 segundos





martes, 23 de marzo de 2021

EFEMÉRIDES: 24 DE MARZO

 

DIA NACIONAL POR LA MEMORIA, LA VERDAD Y LA JUSTICIA



EL CASO GASPAR

Cuento de la escritora argentina Elsa Bornemann, en su libro “Un elefante ocupa mucho espacio”
Narrado por Laura Cotón, narradora y coordinadora de talleres del Programa Estímulo Creativo de la Biblioteca del Congreso de la Nación.

Fuente: canal de youtube de la Biblioteca del Congreso de la Nación
                https://www.youtube.com/watch?v=kLJ-fto8RdA&t=26s


lunes, 8 de marzo de 2021

8 DE MARZO. DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER. SU HISTORIA

Las mujeres se encuentran en la primera línea de la crisis de la COVID-19 como trabajadoras de la salud, cuidadoras, innovadoras y organizadoras comunitarias. También se encuentran entre las y los líderes nacionales más ejemplares y eficaces en la lucha contra la pandemia. La crisis ha puesto de relieve tanto la importancia fundamental de las contribuciones de las mujeres como las cargas desproporcionadas que soportan.

Por ello, este año bajo el tema “Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19” , queremos celebrar los enormes esfuerzos que realizan mujeres y niñas en todo el mundo para forjar un futuro más igualitario y recuperarse de la pandemia de la COVID-19.

Fuente: Naciones Unidas.

    https://www.un.org/es/observances/womens-day


Fuente: Canal Encuentro. Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=BTUpfc83W2k&t=93s





martes, 10 de noviembre de 2020

10 de Noviembre. DÍA DE LA TRADICIÓN

 10 DE NOVIEMBRE - DÍA DE LA TRADICIÓN


EN ESTE DÍA, SE RECUERDA EL NATALICIO DE JOSÉ HERNÁNDEZ

Autor del libro MARTÍN FIERRO




ADIVINANZAS DÍA DE LA TRADICIÓN



martes, 27 de octubre de 2020

IRULANA Y EL OGRONTE. Graciela Montes

 Cuento: IRULANA Y EL OGRONTE


Aviso que este es un cuento de miedo: trata de un pueblo, de un ogronte y de una nena. El ogronte no tenía nombre, pero la nena, sí: algunos la llamaban Irenita, y yo la llamo a mi modo: Irulana.

Conviene empezar por el ogronte, porque es lo más grande, lo más peludo y lo más peligroso de esta historia.

No todos los pueblos tienen un ogronte. Pero algunos tienen, y éste tenía.

Cuando se terminaba la tarde y el sol se ponía rojo (porque en los cuentos también se ponen rojos los soles), la cabeza peluda del ogronte brillaba como la melena de un león inmenso. Y la gente del pueblo sentía mucho miedo.

La gente, en cuanto se despertaba a la mañana, pensaba: ¿Cómo habrá amanecido el ogronte hoy?

Era importante saber cómo había amanecido el ogronte. Por ejemplo, si el ogronte estaba resfriado, había que reforzar las puertas y las ventanas para que no se abrieran de golpe con los estornudos. Y no se podía sacar a pasear a los perros demasiado chiquitos porque podían rodar calle abajo y volarse hasta la orilla del río.

En cambio, si el ogronte se ponía a picar cebolla (las cebollas crudas y las nubes del amanecer bien cocidas son las comidas preferidas de la mayor parte de los ogrontes), había que salir con botas, y hasta con botes llegado el caso.

Si estaba contento y carcajeaba, había que guardar los floreros en los roperos para que no se cayeran al suelo con los temblores.

Si se ponía a cantar, había que envolver con trapos los espejos.

Y si estaba enojado… Bueno, todos cuidaban mucho que el ogronte no se enojara.

Siempre le decían: “Buenos días, señor Ogronte” y “Buenos noches, señor Ogronte”, con muchísimo respeto. Y todas las tardes iban hasta el pie de la montaña y le dejaban canastos repletos de cebolla, vacas muy gordas y flores de colores raros. Y le hacían una gran torta para el día de su cumpleaños. Y le cantaban canciones para que durmiese. Todo para que no se enojase. Pero igual un día el ogronte se enojó.

Se enojó porque sí (¡vaya uno a saber por qué se enojan los ogrontes!).

Se notó que se había enojado porque empezó a gritar y a rugir y a mover los brazos en el aire como un molino. Y porque sus dientes enormes (no se imaginan ustedes lo enormes y lo filosos que son los dientes de los ogrontes enojados) brillaban más que su melena del atardecer.

El pueblo entero se arrugó de miedo.

De miedo a que lo comieran. Porque ya se sabe que los ogrontes, cuando se enojan, se comen pueblos enteros, con sus casas, sus personas, sus calles y sus kioscos. Y sus perros. Y las petunias de sus jardines. Y sus tarros de galletitas. Y sus boletos capicúa. Y sus estaciones, con trenes y todo.

La gente salió corriendo. Algunos iban con las orejas tapadas (taparse las orejas no protegía del enojo del ogronte, pero al menos ayudaba a que sus rugidos molestasen menos).

Pero yo dije al principio que éste era el cuento de un pueblo, de un ogronte y de una nena. Ahí está la nena – ¿la ven? – es esa de rulitos en la cabeza: Irulana. Es la única que no corre.



A mí no me pregunten por qué no corrió Irulana. Vaya uno a saber por qué no salen corriendo las Irulanas cuando vienen los ogrontes. Los que contamos los cuentos no tenemos por qué saberlo todo.

Yo lo único que sé es que Irulana no corrió sino que se sentó a esperar en un banquito.

Tal vez era muy valiente.

Tal vez era un poco chiquita.

Tal vez estaba demasiado cansada.

Se sentó en un banquito verde en una calle vacía (todas las calles estaban vacías en ese pueblo).

Cuando se terminó la tarde y el sol se puso rojo, la cabeza peluda del ogronte brilló más que nunca. Los dientes brillaron más todavía, y rugidos enormes sacudieron el suelo.

Irulana tuvo miedo. Y más miedo tuvo cuando vio que el ogronte se empezaba a mover.

"Ahora viene y se come al pueblo", pensó Irulana.

Y, efectivamente (no se olviden de que yo avisé que éste era un cuento de miedo): en cuanto llegó la tarde el ogronte empezó a comerse el pueblo. (Ya sé que esto es terrible, pero qué se le va a hacer, así son los ogrontes).

Empezó por el ferrocarril: enroscaba las vías en un dedo y después las sorbía como si fueran tallarines.

Masticaba las casas como si fueran turrón. Y de tanto en tanto les daba un mordisquito a dos o tres árboles que había arrancado de raíz y que llevaba como un manojo de apio en la mano.

(Miren: acá la dibujante se asustó tanto que dejó el dibujo sin terminar y salió corriendo)



Fue haciendo arrolladitos con las calles y se las masticó despacio. La plaza la dobló en cuatro como un panqueque y se la comió con gusto (seguramente era dulce). Si alguna petunia se le escapaba de la boca la empujaba con el dedo hacia adentro.

Y comió y comió. Se lo comió todo (tengan en cuenta que los ogrontes son muy grandes y este era un pueblo chico).

Bueno, ahora el que se achicó es el cuento, porque empezó con un pueblo, una nena y un ogronte, y ahora ya no hay más pueblo. No hay nada más que una nena y un ogronte.

Y nada pero nada más.

Nada de nada: ni un arbolito, ni una petunia, ni un vestidito de muñeca, ni un colador de té, ni una polilla, ni la pelusa de un bolsillo. Nada más que Irulana en su banquito y un ogronte enorme que –aunque ustedes no lo vean porque el dibujo se terminó antes- está bostezando.



Está bostezando porque a ese ogronte, siempre que se comía un pueblo entero, le venía el sueño.

Pero Irulana no sabe que el ogronte bosteza. Tiene tanto miedo que cerró los ojos.

El ogronte da uno, dos, tres pasos más (y los pasos de los ogrontes llevan muy lejos) y, justo justo cuando está por descubrirla a Irulana en su banquito, se queda dormido. (Acá en esta página está todo un poco movido porque el ogronte se quedó dormido de golpe y cayó al suelo haciendo mucho ruido.)

Ahí fue cuando Irulana abrió los ojos y lo vio. Parecía una montaña, pero seguramente era un ogronte porque las montañas no usan botas lustrosas ni cinturones de cuero. Y roncaba, además, como sólo roncan los ogrontes.

Irulana era una nena valiente, pero también era chiquita, y se sentía sola. Cualquiera se sentiría solo en el lugar de Irulana. No tenía nada en el mundo. Nada más que un ogronte dormido y un banquito verde. Y eso no es nada. Es muy poquito.

Sobre todo cuando el aire se pone negro y se viene la noche oscura.
Oscura pero oscura oscura, oscurísima y oscura. La luna no había salido todavía y las estrellas estaban demasiado lejos.

Esta página de acá está toda oscura y toda vacía. Así de oscuro y de vacío estaba el mundo.


Entonces Irulana se puso de pie en su banquito, que, como estaba tan negro todo, ni siquiera era un banquito verde, y gritó bien pero bien fuerte, lo más fuerte que pudo gritar: ¡IRULANA!

Eso gritó. Una sola vez. Y, aunque Irulana tenía una voz chiquita, el nombre resonó muy fuerte en medio de lo oscuro.

Y el nombre creció y creció. La i, por ejemplo, tan flaquita que parecía se estiró muchísimo (no se quebró, porque era un i muy fuerte), y se convirtió en un hilo largo y fino que se enroscó alrededor del ogronte, de la cabeza del ogronte, de los pies del ogronte, de las manos del ogronte, de la panza inmensa donde estaba todo el pueblo.

Y la r se quedó sola en el aire, rugiendo de rabia, porque las r rugen muy bien, mejor que nadie.

Y la u se hundió en la tierra y cavó un pozo profundo, el más profundo del mundo.

Y entonces la r, que rugía como una mariposa furiosa, hizo rodar el ogronte hasta el fondo de la tierra.

En una de esas ustedes ponen cara de "no puede ser", y se ríen y dicen que una palabra no puede hacer esas cosas. Y yo digo que sí puede. Prueben, si no, de decir una palabra importante, una sola, en medio de la noche oscura y al lado de un ogronte…

La "lana" de Irulana se hizo un ovillo redondo y voló al cielo para tejer una luna. Hizo bien, porque entre una lana y una luna no hay tanta diferencia. Entonces la noche se iluminó.

Aquí está, toda iluminada. Ahora sí se puede ver bien lo que pasa en este cuento. Hay un ogronte enterrado en un pozo muy profundo, tan profundo que casi ni se ve que lo ataron como un matambre. Y hay una nena chiquita que mira la luna llena desde arriba de un banquito.

Parece que no hubiera nada más pero, si miran bien, allá lejos, en el fondo de la hoja, hay un montón de gente que vuelve. Si acercan la oreja al papel, tal vez oigan la música. Porque traen guitarras, violines y panderetas. Vienen a fundar un pueblo.

Y este cuento se termina más o menos como empieza: "había una vez un pueblo y una nena.
Ogronte, en cambio, no había (algunos pueblos tienen ogronte, pero éste no tenía)…” Es un cuento un poco igual y un poco diferente.

Eso sí, seguro que no es de miedo.



FIN

miércoles, 7 de octubre de 2020

DÍA DEL RESPETO A LA DIVERSIDAD CULTURAL. 12 DE OCTUBRE

 El Día del Respeto a la Diversidad Cultural tiene lugar en Argentina para celebrar el día 12 de octubre, antes denominado Día de la raza.

El 12 de octubre se conmemora en recuerdo al momento histórico en que personas de Europa occidental llegaron por primera vez al continente americano.


Otras denominaciones

  • Día de la Hispanidad en España.
  • Día del Respeto a la Diversidad Cultural en Argentina.
  • Día de Colón en Estados Unidos.
  • Día del Encuentro de Dos Mundos en Chile y Perú.
  • Día de la resistencia indígena en Nicaragua y Venezuela.


lunes, 14 de septiembre de 2020

CUENTO CON OGRO Y PRINCESA. Autor: Ricardo Mariño

 MINI BIOGRAFÍA DE RICARDO MARIÑO

Entre 1985 y 1988 dirigió la revista literaria Mascaró. En esa época también recorrió distintas provincias argentinas dictando talleres en bibliotecas y escuelas para la Dirección Nacional del Libro. Colaboró para varias revistas y suplementos infantiles como Billiken, La hojita, Cordones sueltos, Humi, A-Z diez y Genios. Fue uno de sus miembros fundadores y, entre 1996 y 1997, integró el Consejo de Dirección de la revista La Mancha.

Por su obra literaria es autor de más de 70 libros para chicos y jóvenes y recibió numerosos premios.





Fue así: yo estaba escribiendo un cuento sobre una Princesa. Las princesas, ya se sabe, son lindas, tienen hermosos vestidos y, en general, son un poco tontas. La Princesa de mi cuento había sido raptada por un espantoso Ogro. El Ogro había llevado a la Princesa hasta su casa-cueva. La tenía atada a una silla y en ese momento estaba cortando leña: pensaba hacer “princesa al horno con papas”. Las papas ya las tenía peladas.

Es decir había que salvar a la Princesa.

Pero no se me ocurría cómo salvarla. El cuento estaba estancado en ese punto: el Ogro dele y dele cortar leña y la Princesa, pobrecita, temblando de miedo. Me puse nervioso. Más todavía cuando el Ogro terminó de cortar, acarreó la leña hasta la cocina y empezó a echarla al fuego. En cualquier momento dejaría de echar leña y acomodaría a la Princesa en la enorme fuente que estaba a su lado. Agregaría las papas, un poco de sal, y zas, ¡al horno! ¿Qué hacer?

Se me ocurrió buscar en la guía telefónica. Descarté llamar a la policía (en las películas y en los cuentos la policía siempre llega tarde); tampoco quise llamar a un detective (no soporto que fumen en pipa en mis cuentos). Por fin, encontré algo que me podía servir:

“Rubinatto, Atilio, personaje de cuentos. TE 363-9569”

—Hola, ¿hablo con el señor Atilio Rubinatto?

—Sí, señor, con el mismo.

—Mire, yo lo llamaba… en fin, por la Princesa…

—¿Qué le pasa? ¿Está triste?

—Sí, más que triste.

—¿Qué tendrá la Princesa?

—La van a hacer al horno.

—¿Al horno?

—Sí, con papas.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Quién la va a cocinar?

—El Ogro, ¿quién va a ser?

—Pero mire un poco. ¡Las cosas que pasan! Y uno ni se entera. Ya no se puede salir a la calle. Adónde iremos a parar. Casualmente, hoy le comentaba a un amigo que…

—Escúcheme, Rubinatto.

—Sí.

—Lo que yo necesito es que usted participe en el cuento.

—¿Qué cuento?

—En el que estoy escribiendo. Quiero que usted haga de héroe que salva a la Princesa.

—Bueno, no le niego que la oferta es interesante, pero, en fin, últimamente estoy muy ocupado. Tengo trabajo atrasado…

—¿Trabajo atrasado?

—Claro. Tengo que hacer de sapo pescador que se transforma en sardina en un cuento que se llama “Malvina, la sardina bailarina”. Además, me falta repartir como treinta cartas en un cuento donde hago de “viejo cartero bondadoso”. Es un personaje muy lindo, todos los chicos lo quieren…

—¿Piensa dejar que el Ogro se coma a la Princesa? Usted no tiene sentimientos. Es un monstruo.

—Ya le digo, ando muy ocupado. No sé, si me hubiera avisado con tiempo, lo hacía gustoso… Llámeme en otro momento.

—¡Qué otro momento! Si esperamos un minuto más, chau Princesita. Rubinatto, usted no puede hacer esto, qué pensarán sus admiradores…

—Es cierto…

—Van a pensar que usted es un cobarde, un…

—Está bien, está bien. Veré qué hago. No, usted tiene que decirme qué hago, ¿qué hago?

—Y… puede hacer de vendedor de manteles. Ahí está. Listo. Usted hace de vendedor de manteles. Llega hasta la casa del Ogro. Llama a la puerta. Cuando el Ogro abre, usted le da un par de sopapos. Después desata a la Princesa y escapan… ¿qué le parece?

—¡Ni loco! ¿De vendedor de manteles? De Príncipe o nada. Y al final, después que la salvo, me caso con ella.

—No, de vendedor de manteles.

—¡De Príncipe!

—¡Vendedor de manteles!

—¡Príncipe o nada!

—Está bien, haga de Príncipe… me va a arruinar el cuento, pero por lo menos salva a la Princesa.

Y llego en un caballo blanco y tengo una gran capa dorada.

—Sí, todo lo que quiera, pero apúrese porque si no…

—Y ahora la meto en la fuente y listo —dijo el espantoso Ogro, pellizcando el cachete de la Princesa.

En eso se escuchó que alguien gritaba fuera de la casa-cueva:

—¡Ehh! ¿Hay alguien en la casa?

¿Quién sería? El Ogro se asomó a la ventana. Vio que del otro lado de la verja de su casa-cueva había un tipo muy extraño montado en un caballo blanco. Llevaba una capa dorada pero se notaba que se había vestido de apuro. Tenía la ropa mal puesta, la camisa afuera, una bota sin atar, y el pelo desprolijo.

—¿Qué quiere? —le preguntó el Ogro desde la ventana.

—Soy el Príncipe Atilio.

—¿Y a mí qué me importa? —contestó el maleducado del Ogro.

—Es que ando vendiendo manteles…

—Manteles, ¿eh?

—Sí. Tengo algunos en oferta que le pueden interesar. Lavables. Estampados. Confeccionados en fibras de tres milímetros. En cualquier negocio cuestan dos o tres pesos. Yo, el Príncipe Atilio, se lo puedo dejar en tres centavos.

El Ogro lo pensó. La verdad que no le venía mal un lindo mantelito. La cueva estaba hecha un asco. Y ya que se iba a dar un festín de “princesa al horno con papas”, ¿por qué no estrenar un mantelito si estaban tan baratos?

—Espere. Ya le abro —dijo por fin el Ogro.

Atilio bajó del caballo.

Acá viene la parte de las piñas.

—Tomá. Agarrá el mantel —le dijo el Príncipe Atilio.

Cuando el Ogro lo agarró, le dio una trompada que lo hizo volar exactamente 87 metros y 34 centímetros. Pero el Ogro se levantó, arrancó un sauce de más de 3.600 kilos y se lo dio por la cabeza al Príncipe. Antes de que el Ogro saltara sobre él a rematarlo, el Príncipe agarró una piedra de más o menos cuatro mil kilos y se la tiró sobre el dedito gordo del pie derecho. El Ogro la esquivó y rápidamente hizo un pozo en la tierra de un metro y medio de diámetro y diez metros de hondo, para que el Príncipe cayera adentro.

Era una pelea muy dura.

El Príncipe, queridos lectores, desgraciadamente cayó al pozo.

El Ogro volvió contento a su casa.

Pero cuando llegó, la Princesa ya no estaba. La había desatado el caballo blanco del Príncipe. La Princesa subió al caballo y juntos fueron a sacar al Príncipe Atilio del pozo.

—Amada mía —le dijo el Príncipe Atilio desde allá abajo al reconocer el rostro angelical de la Princesa.

—Amado mío —respondió la Princesa.

—He venido a salvarte —le dijo el Príncipe.

—¡Oh! ¡Qué valiente!

—He venido por ti.

—Has venido por mí.

—Pero si no me sacas de aquí, no podré salvarte.

—Oh, si no te saco de ahí, no podrás salvarme.

—Amada mía.

—Amado mío.

—¿Por qué no se apuran un poco, che? —se quejó el caballo—. Va a venir el Ogro y este cuento no se va a terminar nunca.

Huyeron.

Se casaron, fueron felices, pusieron una venta de manteles y nunca se acordaron del Ogro.


FIN

Fuente:

http://bpcd111.blogspot.com/2013/06/cuento-cuento-con-ogro-y-princesa-de.html